Sexo
que es, o puede ser omnipotente,
omnisciente,
omnipresente y también ausente.
Que
podría radicarse en cualquier lugar,
del
cuerpo o del alma, en el aire o en tus ojos.
Que
nos acompaña desde que éramos bacterias.
Sexo,
que no siempre es ‘hacer el amor’
--tibia
expresión progre y amanerada--,
el
amor es una cosa y el sexo otra,
pero
las dos se entienden de maravilla,
pueden
ir juntos o por separado.
No
se trata de ir de caza, de azuzar, de engatusar,
de
arrinconar al otro y violarlo, con o sin permiso.
Sexo
que no sólo es cópula, que no consiste tan solo
en
la gimnasia de introducir el miembro en un agujero,
o
en masturbar compulsivamente penes o clítoris.
Sexo
también es sentir (en mayúsculas), placer,
solo
o en compañía, o deleitarse ante esa mujer seductora,
esa
preciosidad que desata fantasías y lujuria.
O
ante el hombre que pueda llevar a su
compañera
a escenarios imprevisibles, al deleite.
Sexo
es jugar al límite, buscar el éxtasis primordial.
Y
eso si no hablamos de las mal llamadas perversiones,
o
de relaciones homosexuales, a veces
incluso
más fascinantes y enriquecedoras.
No
sólo es el placer de los sentidos y
toda
esa parafernalia de los rituales que le acompañan.
El
sexo es capaz de cuestionar la razón y los ideales,
de
alterar el curso de la historia y de los mundos.
También,
--lo sabemos-- es, aquel instinto
esencial
y ancestral de perpetuar la especie.
Pero
aunque casi siempre parezca otra cosa,
el
sexo podría estar ubicado en el cerebro.
Félix Menkar 2009
Del poemario "Alto voltaje"
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