
Soy asiduo a los recitales de poesía –como otros lo son a la misa del domingo o a las reuniones del club de amigos de los caracoles, por poner dos ejemplos--, asisto digo a las sesiones de terapia de grupo que a veces llamamos recitales de poesía, acudimos allí los buscadores de la vida entre las palabras, los acongojados, los necesitados de ser escuchados, los desesperados; venimos a oírnos, a participar en el juego de los roles sociales, a aplaudirnos los unos a los otros, los otros al uno que es el YO: “buenas noches me llamo X y soy poeta”.
En estas reuniones encontramos guiños, cotilleos, abrazos y caricias –el compadreo habitual— y muy poca crítica y menos reflexión. Son rituales de la manada, reconocimientos de los mecanismos sociales de la tribu, estructuras de poder. Participamos en la ceremonia, cumplimos las normas y somos obedientes con la ley porque en el fondo somos corderitos, buenas personas, estamos algo locos en nuestra cordura eso sí, pero ellos los otros locos –los normales— nos ganan por mayoría.
El acto se acaba y regresamos a nuestras cotidianas rutinas del existir, a la terrible realidad inmune a nuestras voces y a los guijarros lanzados, --ni tan siquiera producimos arañazos en el pétreo muro del sistema--.
Estamos aquí dentro, al fondo, ESCONDIDOS, nos hemos desahogado un poco, lo justo para no estallar y que conste que no digo que estos actos no sean necesarios, lo son por supuesto y además bonitos: ¡¡Viva el amor y la poesía¡¡, pero son actos tan pequeñitos, tan románticos y heroicos como inútiles y a mi la verdad es que ya no me sirven, (se ve que he debido de perder la fe).
Las estructuras dominantes del poder de este nuestro sistema, que somos todos y controlan unos pocos se han hecho más versátiles; han aprendido mucho de las revoluciones fallidas de otros tiempos.
No somos peligrosos, no nos van a ilegalizar, ni a disolver y si fueran más listos aún, subvencionarían estos actos y nos darían alcohol y drogas gratis (gracias Orwell). Por eso me siento frustrado, pienso a veces que somos unos patéticos payasos, que les estamos haciendo la cama mientras se ríen de nuestras tonterías.
Así pues quizás debiéramos plantearnos: ¿y ahora qué?
Félix Menkar 17 mayo 2009