31 de enero de 2013

¿Tiene límites el sufrimiento?


Aquí estamos, en la antesala del pensamiento
extraordinario que dé paso a la praxis,
al reconocimiento amistoso de la realidad.
Con todo, posiblemente saltaremos entre los prados
infectos de las carreteras, acechando las mentes
de niños esquizoides, trepando por la mirada,
hasta alcanzar la condición del hastío.

Debemos confiar en que ella, la arrebatada
sujete a las mariposas, ella, la que conoce
el sabor de las flores en los tiempos eléctricos.
Que su vehemencia de saltos contra la vanidad
y nos proteja de los calambres de la rabia contenida.

Porqué nos dejamos matar, porque el maldito juego
es un grotesco y mezquino rechinar de dientes.

Porque engreídos y siempre tozudos, no entenderemos
el sentido ni las promesas grabadas en el entorno,
en los cuerpos que ya no sirven.
Si damos paso al dominio de lo salvaje
el lado oscuro ganara otra batalla.

Porque trazar el temor no es suficiente.
Porque nos encerramos a construir poemas y relatos
de evasión enclavados tras los símbolos,
¿Inventar una vez más la realidad?
¿Entregarse a la visceralidad, rematar la tristeza?
¿Acaso sabemos qué es lo adecuado?

Porque deseamos ser aquellos supervivientes
que ya no desean servir al emperador.
Aquí estamos despreciando los reconocimientos.
Rehuyendo --en la intimo—la anestesia del culto al Yo,
Y esperando –siempre— la sorpresa precisa, que agazapada
en un lugar escondido de la mente, nos embista.
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