16 de noviembre de 2009

El poema como piedra filosofal



Dicen algunos expertos del ramo que los poetas deberían estar alejados de las bagatelas mundanas, del acontecer de lo cotidiano; que su alma poética debería otear planos más elevados, quizás profundizar en el significado oculto de las palabras, adentrarse por los territorios doctos y venturosos del análisis semántico, o discurrir de la mano de la sensibilidad poética por el universo hermético, abstracto y complaciente de la lingüística, dejando de lado la esencia del “ser poético”, del “hecho de poetizar”.

Compadres poetas, poetines y poetastros, ya esta bien de tanto escarceo pseudo-religioso (llamadlo si queréis divagaciones místicas), da lo mismo. Tal como lo vemos algunos, sirve para nada, o sea bien poco, no nos convence, pensamos que se trata de otra versión del cáncer denominado pasotismo, de no comprometerse con el ahora y aquí, una variante mas “del mirar para otro lado” mientras todo lo nuestro se derrumba ¿o no era nuestro?

La transmutación de las palabras en elementos poéticos es una loable ocupación para catedráticos y doctores, cansados y aburridos, buceadores en el océano de la necedad del saber humano. Pura estupidez a veces y un esfuerzo inútil si no consiguen trasladar esa transmutación a la sociedad que les rodea, es baladí, sectario, situado en los jardines lejanos y oscuros del misticismo y de la religión académica, una piedra filosofal tan hermética como lo fue aquella de los alquimistas medievales.

¿Hacia donde mira el poeta, hacia su propio ombligo, el sentido supremo del alquimista?
Félix Menkar
octubre 2009
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