22 de marzo de 2008

El cuerpo humano como punto de referencia del discurso artístico y la consiguiente diatriba contra ciertos potingues que abundan por museos y galerías

"El jardín de las delicias" El Bosco.
(fragmento)
La pintura y por extensión el arte son entidades mentales. El cuerpo humano, como contenido, reflexión, huella, trazo o resto, es copiado, usado y recreado hasta la saciedad, referencia clave del discurso artístico desde sus comienzos. Sin embargo, desde hace un siglo los artistas se han interrogado acerca de la manera en que el cuerpo ha sido pintado y el modo en que éste se ha concebido a lo largo de la historia. Partiendo de los influyentes desarrollos que el siglo XX ha producido en los campos del psicoanálisis, la filosofía, la antropología, la medicina y la ciencia, la idea de un "yo" dotado de una forma estable y finita ha sido, gradualmente, erosionada, y los artistas han investigado la temporalidad, la contingencia y la inestabilidad como cualidades inherentes de lo humano. Se han sumergido en los terrenos del riesgo, el miedo, la muerte, el peligro y la sexualidad, en un tiempo en el que el cuerpo ha sufrido con mayor virulencia todas estas amenazas. Así nos encontramos con obras más o menos lúcidas y talentosas que intentan mostrar esa vorágine con una claridad y crudeza hiperrealista o siguiendo las pautas de las vanguardias del siglo pasado, pero hay otras que coqueteando con la abstracción de una manera ciertamente despiadada se sitúan al margen de cualquier atisbo de comprensión racional e incluso irracional; sin poder asegurar si en la mente del artista existe una motivación creadora o quizás tan solo una extraña capacidad para la copia, la imitación; artistas, almas atormentadas que intentan repetir experimentos y recursos ya muy socorridos y carentes de novedad que dejan indiferentes a los receptores de su “arte”, pero que gozan en algunos casos de muy buena crítica, siguiendo así escrupulosamente la máxima que dice que los críticos son los doctos que sitúan la obra de arte más allá del bien y del mal, independientemente de su valor, de su capacidad de emocionar o de su carácter inventivo.
Félix Menkar

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